reciclar papel o Tobia 

Lo primero fue la superficie. Saqué las revistas viejas sobre cómo hacer papel reciclado del pequeño taller que comparto con mi madre y las leí. Siempre habían hecho parte de esa larga lista de proyectos que “algún día tengo que hacer”. Los primeros intentos fueron pequeños y delgados, tamaño carta y no más de un par de milímetros de ancho. Muy rápido supe qué iba a querer para mis futuros trabajos: algo más ancho, con la consistencia de un cartón piedra o una tabla de MDF y del tamaño que en los últimos años declaré como el perfecto para un paisaje: un metro veinte de ancho por ochenta centímetros de alto; ni muy grande, ni muy pequeño, con una proporción horizontal similar a la que hacen las manos al juntarse en forma de rectángulo para encuadrar un paisaje y ver cómo se vería si fuera un cuadro.

         Un tiempo después me fui al centro de la cuidad a comprar maderas para hacer un molde de este tamaño. Un molde de madera, sí. Eventualmente empecé a darme cuenta de que no contaminar es imposible, únicamente puedo esforzarme por reducir mi impacto tanto como me sea posible. Para mantener este propósito siempre en mi cabeza escribí la definición de contaminar en una hoja de papel y la pegué en la pared de mi taller: Alterar nocivamente la pureza o las condiciones normales de una cosa.

Hecho el molde con una red que dejaría escurrir el agua, pero no el papel, comenzó la tarea de recoger papel para las superficies. Instalé una pequeña caja en una esquina de la cocina y le pedí el favor a mis familiares depositar ahí toda la basura que fuera papel o cartón. Revisé además mi montaña de lecturas (que he venido guardando a lo largo de mi carrera) y saqué todas las que ya no me parecían interesantes. Mis amigas hicieron lo mismo. Recuperé cada caja de huevos, tubo de papel higiénico, recibo de compra, post-it, caja, revista y periódico que usé y encontré. Muy pronto había en mi taller enormes bultos de bolsas rellenas de residuos de papel o similares.

 

La primera superficie que quedó lista tuvo el tamaño deseado, pero no el grosor. Sin embargo, decidí usarla. Inicialmente iba a ser una superficie de ensayos para probar distintos pigmentos, pero al ver el resultado final decidí incluirla en la muestra para la exposición. El paisaje robado es en Tobia, Cundinamarca, a unas horas de Bogotá. Lo vi por primera vez en agosto del 2023, justo antes de que empezara el semestre universitario cuando hicimos un viaje con cinco amigos a aquella región. Llevábamos planeándolo más de un año, pero nunca coincidíamos los seis. Juliana y yo fuimos los que más insistimos en el viaje y cuando logramos hacerlo nos llenamos de la felicidad. Buscamos un sitio para acampar, hicimos las respectivas reservas, revisamos el estado de las carreteras e informamos a nuestros amigos que por fin íbamos a ir. Justo al llegar encontramos un árbol de achiote y nos pintamos las caras de rojo para darle una estética étnica a nuestro retiro espiritual, pues era así como lo habíamos concebido: llevábamos incienso, palo santo, tapetes para meditar y toda la disposición para tener un momento catártico. Una noche, hacia las doce, cuando todos ya se habían dormido, le pregunté a Simón, de quien llevaba varios años tragado, si acaso nunca se había planteado la idea de estar conmigo en una relación. ¿No has pensado que haríamos una buena pareja?

Me dijo que no.

La catarsis llegó en el río, en sus aguas heladas que me hicieron sentir día tras día que me limpiaba de toda culpa, de todo arrepentimiento, de toda tristeza y de todo dolor.

 


El origen de la obra de arte

Heidegger escribió un tratado en el que pretende encontrar el origen de la obra de arte. Lo llamó entonces “El origen de la obra de arte”. Para llegar a su meta primero se aproxima a definir lo que constituye una obra de arte. Primero, las obras de arte son cosas. “La palabra cosa nombra aquí todo lo que simplemente no es nada”[1]. Segundo, hay dos tipos de cosas. Están las orgánicas: como un trozo de madera que es creado por la naturaleza y las que son creaciones humanas. A estas últimas las separa en dos categorías: los útiles y las obras.

Para ejemplificar lo anterior utiliza el caso de los zapatos viejos de Van Gogh: Un par de zapatos viejos se pueden usar para calzar un par de pies, mientras que un cuadro de los mismos zapatos no tiene un uso particular que signifique su eventual desgaste. Por lo tanto, en el primer caso tenemos un útil, y en el segundo una obra de arte. En este orden de ideas, las artesanías, por su carácter ornamental o funcional, serían útiles. “Aquellas artes que crean tales obras se llaman bellas artes a diferencia de la artesanía que confecciona útiles”.[2] De este resumen se puede inferir que Heidegger es un creyente del Arte con A mayúscula.

Para Heidegger también es importante la materialidad de las obras. “La materia es la base y el campo para la conformación artística”.[3] Todas están hechas a partir de lo mismo, de tierra. Y al final siguen siendo tierra, pero hecha, tierra hecha algo, tienen en este sentido una hechura. Esta hechura las vuelve parte de nuestro sistema ontológico, son entonces mundo.  La obra entonces es tierra hecha mundo. Este proceso de hacer que una obra sea, conlleva desocultar una verdad, o hacerla patente. El arte entonces pone en operación la verdad de los entes.

En suma, se podría decir que para Heidegger la obra de arte es in-útil. Sin embargo, esta inutilidad lejos de disminuir el estatus de la obra de arte, lo eleva. En algo le cree la sociedad moderna a Heidegger o sino no habría carreras profesionales de Arte ni museos en los que los cuadros están puestos sobre pedestales, bajo luces y tras vidrios. Ahora, si la obra de arte no es útil, el arte no tendría argumento utilitarista (como sí tiene la neurociencia, en este hilo argumentativo) que le dé vía libre para usar de manera irresponsable al ambiente, como es ya bastante claro que lo hace. Por decirlo más simple, el arte no debería contaminar.  De esta conclusión surgió un propósito, el de hacer arte sin contaminar.

 



[1] Martin Heidegger, Arte y poesía (México: Fondo de cultura económica, 1992.) 40 - 42.

[2] Heidegger, Arte y poesía, 63

[3] Heidegger, Arte y poesía, 50